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Chemical Communication

C&EN En Español

Rogelio A. Hernández-López reprograma células para combatir el cáncer

La comunicación (sea entre células o con las nuevas generaciones de científicos) está siempre en el corazón de este químico

by Alejandra Manjarrez, en exclusiva para C&EN
September 20, 2024 | A version of this story appeared in Volume 102, Issue 29

 

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Rogelio A. Hernández-López se apoya en la pared exterior de un edificio.
Credit: Maria Ximena Natera Cruz
Rogelio A. Hernández-López

Mientras crecía en Oaxaca, al sur de México, Rogelio A. Hernández-López pasaba el día entrenando duro para competiciones de natación. En su adolescencia, entre los 13 y 15 años, su rutina diaria involucraba un ciclo implacable de ir al colegio, comer en el coche, entrenamientos de natación de tres horas, estudiar, cenar y dormir. Dice que al menos, su perseverancia y disciplina se transmitieron del deporte a la ciencia.

Ficha

Ciudad natal: Oaxaca, Mexico

Educación: Licenciado en Química, Universidad Nacional Autónoma de México, 2007; Máster (2011) y Doctorado (2015) en Química Física, Universidad de Harvard

Puesto actual Profesor Asistente de Bioingeniería y Genética, Universidad de Stanford

Apodos: Rollo, me lo dieron mis compañeros de natación

Música favorita: Timba, jazz latino

Aficiones: Bailar salsa, nadar, disfrutar de la música en directo

Soy: Oaxaqueño, Mexicano

Y parece que esta devoción por sus grandes pasiones (así como una curiosidad insaciable) ha dado sus frutos. A menudo, Hernández-López imagina que su grupo en la Universidad de Stanford es un equipo de atletas de alto rendimiento, donde todos entrenan constantemente, dedicados en cuerpo y alma a lo que más desean. Su laboratorio trata de entender los secretos del complejo lenguaje bioquímico que usan las células para comunicarse entre ellas. Este conocimiento podría usarse para reprogramar células para que luchen contra distintas enfermedades.

Su interés por la química también tiene un origen competitivo. En el colegio, participaba a menudo en concursos locales de química y matemáticas, y llegó a competir en la Olimpiada Internacional de Química en Atenas, Grecia. Esta experiencia fue totalmente transformadora, dice. Le inspiró a estudiar la carrera de química en la Universidad Nacional Autónoma de México.

El interés y el entusiasmo de Hernández-López no palidecieron durante la carrera. Además de las clases obligatorias, decidió inscribirse en cursos de matemáticas, física, e incluso en clases del doctorado de química. También participó en pequeños proyectos de investigación que le permitieron explorar diferentes campos. En 2008, se graduó como el mejor estudiante de su clase.

Inspirado por amigos que estudiaban en los EE.UU. y alentado por la posibilidad de estudiar en un país con más recursos que México, decidió hacer un doctorado en la Universidad de Harvard. Reconoce que tuvo dudas antes de mudarse a Boston, entre otras cosas por “tener que hablar inglés todo el tiempo”–sobre todo porque todavía no dominaba el idioma.

“No le tiene miedo a intentar cosas nuevas”, dice Andres Leschziner, biólogo estructural en la Universidad de California, San Diego, quien supervisó el doctorado de Hernández-López en Harvard. “Creo que todo el mundo quería ficharlo.” Leschziner se alegró cuando se enteró de que Hernández-López había elegido su laboratorio.

Concretamente, Leschziner admiraba la capacidad de Hernández-López para aprender nuevos métodos, su curiosidad innata le permitía aplicarlos a cualquier problema que tuvieran entre manos. En Harvard, uno de los objetivos de Hernández-López era comprender cómo se mueven las dineínas, unos motores moleculares encargados del transporte intracelular, a través de las “autopistas” de las células (Science 2012, DOI: 10.1126/science.1224151). Además de analizar los datos de microscopía electrónica a bajas temperaturas, aplicó sus conocimientos computacionales para simular las interacciones moleculares.

“La experiencia de Rogelio en dinámica molecular fue fundamental,” dice Leschziner. Sus sofisticados métodos de modelado permitieron comprender los detalles del anclaje entre el “pie” de la dineína y los microtúbulos, así como entender el mecanismo de desacoplado. Estos microtúbulos son los caminos por donde “andan” las dineínas, explica Leschziner.

A pesar de todos los éxitos de este trabajo, Hernández-López quiso ir más allá de los requisitos del programa de doctorado. A mitad de su tesis en biofísica, hizo un curso de verano de fisiología en el Laboratorio de Biología Marina, una experiencia que marcaría sus líneas de investigación hasta hoy en día. “Ya no quería estudiar proteínas aisladas,” ni observar las interacciones entre parejas de proteínas, dice. “Quería entender los conceptos a escala celular.”

Ya no quería estudiar proteínas aisladas. . . . Quería entender los conceptos a escala celular.

Durante su etapa postdoctoral en el laboratorio de Wendell Lim, en la Universidad de California, San Francisco, Hernández-López se centró en el desarrollo de linfocitos T humanos para modular y comprender cómo distinguen entre las células cancerosas de las sanas (Science 2021, DOI: 10.1126/science.abc1855). Estas preguntas sobre la comunicación y la interacción entre células siguen guiando el trabajo de su laboratorio en Stanford.

Su laboratorio quiere conseguir “cortar y pegar” secuencias de ADN en los genomas de los linfocitos T, y así poder reprogramarlos para que luchen contra el cáncer. Actualmente, muchas de las terapias diseñadas a partir de las actitudes “asesinas” de los linfocitos T son demasiado arriesgadas, explica Hernández-López. “Pero pensamos en cómo hacer que nuestras células modificadas hablen con otros tipos de células, para quizás activar otras funciones.” Por ejemplo, su equipo quiere reprogramar linfocitos T para mejorar su capacidad de penetrar en un tumor o para alargar su tiempo de vida.

Fuera del laboratorio, Hernández-López mantiene muchas de sus pasiones de la infancia. Todavía nada y, además, se ha convertido en un ávido bailarín de salsa. Hablando de cosas más serias, también se ha propuesto empoderar a las nuevas generaciones de científicos.

Rogelio A. Hernández-López sonríe y se apoya en un escritorio mientras habla con dos miembros de su equipo.
Credit: Maria Ximena Natera Cruz
Rogelio A. Hernández-López (izquierda) habla con dos miembros de su equipo, Julian Perez (centro), un estudiante de doctorado en genética, y Qian Xue (derecha), un postdoc. Perez y Xue participaron en el programa Clubes de Ciencia México de Hernández-López durante el verano, enseñando ciencia a estudiantes mexicanos.

Hace casi una década, decidió explorar una disciplina que pocos químicos suelen estudiar: se inscribió en un curso de Harvard sobre educación, innovación y emprendimiento social. Allí, aprendió cómo gestionar mejor una asociación sin fines de lucro que cofundó: Clubes de Ciencia México. Esta asociación organiza actividades, tanto presenciales como en línea, en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (comúnmente abreviado STEM, por sus siglas en inglés), para estudiantes de secundaria y universidad en México.

Este curso en Harvard le dio una nueva perspectiva para restructurar Clubes de Ciencia como una start-up centrada en educación. Con esta nueva organización, el equipo a cargo debe buscar y asegurar fuentes de financiamiento, reclutar talento y hacer divulgación para convencer a la sociedad y a posibles aliados sobre el potencial del proyecto.

Con el tiempo, el programa ha traspasado fronteras y, tras el éxito en México, Clubes de Ciencia ha llegado a varios países de Latinoamérica bajo la dirección de Hernández-López y otros miembros del equipo mexicano original. Durante este periodo de expansión, los mentores mexicanos “nos apoyaron muchísimo,” dice Bruna Paulsen, una bióloga celular brasileña, co-fundadora de Clubes de Ciência en Brasil. Hoy en día, se calcula que más de 19.000 estudiantes de nueve países han participado en estos programas, todos bajo el paraguas de “Science Clubs International”.

Hernández-López nunca se esperaba un impacto tan profundo. Hace poco, conoció a un estudiante peruano en Stanford que había aplicado a la universidad gracias a los Clubes de Ciencia. Y ha escuchado muchas historias parecidas de jóvenes científicos, inspirados por el programa.

Paulsen, que ahora trabaja en la empresa de biotecnología Gameto, en Nueva York, dice que Hernández-López es un auténtico modelo a seguir, por su éxito, carisma y humildad. “En Latinoamérica, todo el mundo puede nombrarte jugadores de fútbol, pero apenas conocen nombres de científicos,” explica. Clubes de Ciencia Internacional quiere cambiar eso, proporcionando a los estudiantes con ejemplos inspiradores, para demostrarles que todo el mundo puede convertirse en científico.”

Hernández-López hace muy bien su trabajo, dice Paulsen. Al mostrar sus logros mientras permanece accesible, demuestra a los estudiantes que “es posible alcanzar tus sueños, porque otros también lo han logrado antes.”

Traducido al español por Fernando Gomollón Bel para C&EN, con revisiones de César A. Urbina-Blanco. La versión original (en inglés) de este artículo se publicó el 20 de septiembre de 2024.

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