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Aline M. Castro nos enseña un par de gafas amarillas, de cartón, que ha fabricado ella misma. Parecen esas gafas graciosas que lleva la gente en Nochevieja, con números enormes para celebrar la entrada del año nuevo. Pero, en vez de números, llevan pompones blancos, rojos y negros que forman una estructura química.
FICHA
Ciudad natal: Río de Janeiro
Educación: Licenciada en Ingeniería Química, 2004, Máster en procesos y tecnologías químicos y bioquímicos, 2006, Doctora en Ingeniería Química, 2010, Universidad Federal de Río de Janeiro
Puesto actual: Consultora, Centro de Investigación y Desarrollo Leopoldo Américo Miguez de Mello, Petrobras
Proyectos: En 2022, fundé una editorial llamada ‘Ciencia, Lectura y Afecto’ (Ciência, Leitura e Afeto, en el portugués original), dedicada a la edición de libros de comunicación de ciencia y educación para niños.
Aficiones: Coser, pintar y reutilizar materiales de desecho, como por ejemplo reutilizar botellas y garrafas de agua como macetas. Me encanta contar historias a los niños y personalizar mis batas de laboratorio con colores para hacerlas más divertidas.
Soy: Latina
“Es una molécula de sacarosa”, dice la ingeniera química, de 41 años, desde el otro lado de la pantalla en una videollamada. Luego, señala cada uno de los lentes: “Esta es la glucosa y, esta otra, la fructosa”.
Castro pasó los primeros años de su carrera investigando cómo utilizar la sacarosa, en particular el azúcar de caña, para reemplazar los combustibles fósiles. Brasil, el país donde vive y trabaja, es el mayor productor de azúcar del mundo y, quizás de manera esperable, el segundo mayor productor de bioetanol, un combustible limpio derivado de la dulce molécula de sacarosa.
Le gusta ponerse estas gafas cuando habla sobre sostenibilidad con estudiantes de primaria. Prepara y fabrica estos materiales con su hija, durante los fines de semana. Algunas veces son gafas, otras decoran una tiara azul marino con un pulpo y un pez payaso. Otros proyectos son más complicados y llevan varios fines de semana, como las batas de laboratorio que el dúo de madre e hija decoran con ilustraciones de células vegetales, verdes, y glóbulos rojos.
Castro es una investigadora, pero también educadora, escritora y madre. Ha publicado siete libros ilustrados sobre ciencias ambientales, para comunicar mejor este tema a niños pequeños. Su hija es la principal inspiración detrás de esta pasión. Pero en el día a día, trabaja para Petrobras, una compañía petrolera brasileña. Desde 2007, ha liderado diferentes innovaciones en el campo de los combustibles renovables, el reciclado de plásticos y las técnica de captura de carbono, como parte de su trabajo como investigadora establecida en esta compañía estatal.
A pesar de trabajar para una petrolera, no decidió unirse a la empresa para continuar el uso de combustibles fósiles, menos aún en esta época de olas de calor inusitadas e incendios. “Nunca quise trabajar con el petróleo”, dice. Cree firmemente que las empresas energéticas, como Petrobras, pueden ayudar a arreglar el problema que han creado estas últimas décadas a través de inversiones en energías renovables y combustibles alternativos, como el biogás.
Gran parte de su tiempo lo dedica al desarrollo de tecnologías innovadoras para la captura de carbono (y su posterior utilización). Algunos científicos consideran las tecnologías de captura bastante problemáticas, en parte por su popularidad entre las petroleras. Sin embargo, muchos otros creen que son una herramienta más para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Castro investiga disolventes básicos que pueden separar el dióxido de carbono de mezclas con metano y gases de combustión, para luego transformarlo de manera eficiente en productos de valor agregado como los carbonatos y los carbamatos.
Por ejemplo, las enzimas como la anhidrasa carbónica pueden acelerar la reacción entre el CO2 y el agua para formar bicarbonato, un producto químico muy valorado en la industria. Si Castro llega a identificar condiciones de reacción más eficientes, las plantas de captura de carbono podrían transformarse totalmente y utilizar reactores más pequeños, con menos acero, menor gasto de agua y, en general, menor consumo energético.
Hay “muchas ventajas,” dice Castro. “Tenemos que acelerar la implementación de estas tecnologías bajas en carbono a gran escala.”
Las enzimas que capturan el CO2 a escala industrial son las mismas que mueven el CO2 por nuestro cuerpo, explica Castro. “Siempre me ha parecido fascinante este paralelismo entre la biología y la química, creo que podemos aprender si copiamos estas reacciones naturales”, dice.
Fue esta fascinación, y este amor por la naturaleza, que le llevaron a estudiar ciencia en una primera instancia. “Conocía los problemas medioambientales a los que se enfrenta el planeta y quería hacer algo para contribuir a convertirlo en un lugar mejor”, dice.
Tenemos que acelerar la implementación de estas tecnologías bajas en carbono a gran escala.
Castro creció cerca de las favelas de Río de Janeiro, barrios superpoblados donde muchas familias viven por debajo del umbral de la pobreza y sin servicios de saneamiento y potabilización básicos. “El paisaje urbano era un desastre”, dice. Cuando paseaba por las calles de Río con su madre, veía basura, plásticos y neumáticos tirados por todas partes. Cada vez que podían, sobre todo durante los fines de semana, las dos se escapaban para ver los parques y los jardines botánicos, pero Castro solía estar sola mientras su madre trabajaba. Tuvo que esperar hasta su décimo cumpleaños para encontrar una alternativa a la soledad: la ciencia.
Su padre le regaló un microscopio, que utilizaba para descubrir detalles invisibles al ojo humano. Capturaba hormigas y las examinaba con distintos niveles de aumento, hacía lo mismo con plantas y partículas de polvo. A veces, mezclaba colores y pigmentos simplemente para observar qué ocurría.
Credit: María Magdalena Arréllaga
Aline M. Castro tiene como objetivo convertir el dióxido de carbono de los gases postcombustión en carbonatos de manera más eficiente.
Actualmente, es consciente de lo mucho que la ayudaron estas aventuras científicas a desarrollar su creatividad, dice. Durante gran parte de su infancia no tuvo juguetes nuevos y hacía manualidades, como fabricar armarios para sus muñecas con cajas de zapatos. Estos juegos de niños avivaron su imaginación, una herramienta que usa día a día en el laboratorio. “Tuve que entrenar a mi cerebro para construir cosas imaginando donde iba cada parte antes de pegarla, de mezclar unos materiales con otros. Como científicas, somos también inventoras.”
Su madre le ayudó a convertirse en la primera persona de su familia en ir a la universidad. Castro fue a la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) desde el comienzo de su carrera hasta terminar su doctorado con notas excelentes.
Denise Maria Guimarãres Freire, profesora en la UFRJ, describe a su antigua estudiante como “dedicada, atenta y con una curiosidad científica única”. Castro posee una combinación extraordinaria de rigor científico, habilidades para escribir y creatividad, dice.
Nei Pereira Jr., profesor emérito en la UFRJ que también dio clase a Castro, dice que fue una de las mejores estudiantes entre los más de 150 alumnos que ha supervisado a lo largo de su carrera. Ellos dos trabajaron juntos durante la tesis de máster de Castro para diseñar un “cóctel de enzimas” para romper la pared celular de los residuos de caña de azúcar a escala industrial Estos primeros proyectos le ayudaron a preparar muchos de sus materiales para niños (e inspiraron las graciosas gafas de sacarosa). Pereira admira a su estudiante por su pasión por comunicar la ciencia a los más pequeños.
“Desde aquel entonces, Aline reconocía la importancia de llevar el conocimiento a niveles básicos de educación y no ha parado de hacer la ciencia accesible”, dice. “Su trabajo debería servir de ejemplo e inspirar a otros investigadores a despertar el interés de los niños y niñas en temas complejos”.
Castro adora escribir desde que era una niña, pero jamás se había planteado convertirse en escritora. Sin embargo, cuando su hija cumplió cuatro años y empezó a leer libros con ella, no pudo encontrar ninguno sobre sostenibilidad, así que decidió escribir uno. Su primer libro salió a la luz en 2021 y ha donado cada una de sus copias a organizaciones benéficas que trabajan con niños en situaciones económicas desfavorecidas en Brasil.
Los libros de Castro comparten cuentos fantásticos, donde los niños y niñas pueden viajar por el océano y limpiar la contaminación de plásticos. Reta a sus lectores a soñar, como hizo ella cuando también era pequeña, y les enseña que la ciencia tiene muchas formas de cambiar el mundo. Al fin y al cabo, por eso decidió convertirse en científica.
Traducido al español por Fernando Gomollón Bel para C&EN, con revisiones de César A. Urbina-Blanco. La versión original (en inglés) de este artículo se publicó el 20 de septiembre de 2024.
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