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En 2014, Sarah Briceño empezó a recoger los primeros frutos de su éxito científico. Había recibido un ascenso a un puesto de investigación de mayor responsabilidad en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), una de las instituciones más importantes de su país. Ya tenía su doctorado en química aplicada y había publicado varios artículos sobre la síntesis y caracterización de nanomateriales magnéticos. Su trabajo iba viento en popa, había conseguido progresar en el desarrollo de nuevos métodos de síntesis de nanopartículas para reducir los óxidos de nitrógeno, unos contaminantes atmosféricos liberados durante la quema de combustibles fósiles.
Ficha
ciudad natal: Valera, Venezuela
Educación: Licenciada en Química, 2007 y Doctora en Química Aplicada, 2010, Universidad de los Andes en VenezuelaPuesto actual: Profesora Asociada de Ciencias Físicas y Nanotecnología en la Universidad Yachay Tech
Consejo profesional: Son los profesores, no las asignaturas, los que tendrán un impacto real en tu carrera
Músico favorito: Manu Chao
¿Qué te recuerda a casa?: Las cachapas
Soy: Latina, Venezolana
Por desgracia, mientras su carrera florecía, su país empezaba a desmoronarse. Venezuela entró en una profunda crisis económica. En 2018 la hiperinflación anual había alcanzado el 63.000%.
“La situación en Venezuela era tan difícil que teníamos que hacer colas desde el amanecer hasta la noche solo para conseguir comida,” explica. “Teníamos asignados ciertos días de la semana, el mío por ejemplo era el martes.” En cierta ocasión, Briceño estuvo esperando bajo el sol desde las tres de la madrugada hasta las cuatro de la tarde, para volver a casa con las manos vacías. “Ya no quedaba comida,” dice. Fue entonces cuando supo que tendría que dejar Venezuela. En ese punto, apenas podía pagar el alquiler de una habitación con su sueldo.
“Jamás había sentido tanta frustración,” dice. “Tenía un doctorado, un trabajo permanente en el IVIC, no podía creer que había trabajado tan duro, durante tanto tiempo, para nada.”
Briceño se enteró de una oportunidad de trabajo en una nueva institución en Ecuador. La Universidad Yachay Tech, fundada en 2014, quería dar acceso a la educación científica a ecuatorianos de todos los rincones del país. Así que, en 2017, Briceño emigró y empezó a trabajar allí.
Al principio, fue duro ajustarse a las diferencias entre las distintas culturas de la investigación. En Yachay Tech, Briceño se encontró con estudiantes de áreas rurales que eran los primeros en sus familias en ir a la universidad. La idea de hacer investigación en un laboratorio era totalmente nueva, muchos jamás habían tenido acceso a dichos recursos.
Briceño supo ver una oportunidad. “Nuestro trabajo es enseñar a los estudiantes con amor,” explica. “Cuando empecé mi carrera, tampoco sabía mucho.”
También tuvo que enfrentarse a la escasez de los laboratorios, donde faltaba desde material de vidrio hasta aparatos como cromatógrafos y espectrofotómetros. Su laboratorio, por ejemplo, solo tenía sillas y mesas.
Mi sueño es volver a mi país para rescatar los laboratorios donde me eduqué.
Pero nada de esto la detuvo. Por ejemplo, para enseñar a sus alumnos sobre ácidos y bases, Briceño utilizó extracto de repollo morado como indicador de pH. Las moléculas de antocianina del repollo cambian de color según la acidez de la solución y son una alternativa de bajo costo a un medidor de pH. En lugar de vasos de precipitados y matraces, reciclaba los frascos de vidrio de las compotas de bebé. Para obtener fibra de carbono natural, utilizaba los troncos del banano (Biomass Conv. Bioref. 2023, DOI: 10.1007/s13399-023-03747-3) y, actualmente, está pensando en fabricar micropartículas para el transporte de fármacos con diatomeas ecuatorianas. Las diatomeas son unas algas microscópicas encapsuladas en una concha mineralizada.
Esta inventiva es una de las mayores dotes de Briceño, quien quiere inspirar a sus estudiantes para “hacer investigación con recursos sostenibles”, y enseñarles que pueden “otorgar un valor agregado a ciertos residuos, que pueden reconvertirse en nuevos materiales con los tratamientos adecuados,” dice.
Una de las tareas que le encargaron los administradores de Yachay Tech al llegar fue ayudar a ampliar los programas de enseñanza y educación de la institución. El acuerdo era sencillo: Yachay Tech proporcionaría financiación, mientras que Briceño y sus colegas aportarían su experiencia para adquirir el equipo técnico esencial.
Poco a poco, el laboratorio de nanotecnología de Yachay Tech creció. Gracias a los consejos tanto de Briceño como de otros recién llegados, el departamento adquirió equipos de análisis Raman, difracción de rayos X y deposición química de vapor, entre otras técnicas. El trabajo de Briceño no pasó desapercibido entre sus colegas. “Sarah es extremadamente proactiva,” dice Gema González, decana de la Facultad de Ciencias Físicas y Nanotecnología de Yachay Tech.
Con un laboratorio a estrenar, Briceño estaba decidida: quería usar sus conocimientos para devolver algo a la comunidad que la había acogido. En septiembre de 2020, durante los primeros meses de la pandemia de COVID-19, Ecuador fue uno de los países más perjudicados de Sudamérica, con 211 muertes por cada 100.000 personas, según informó el diario The Economist en 2022. La respuesta de Ecuador se vio ralentizada por la falta de capacidad para hacer pruebas y unos tiempos de espera muy largos para recibir los resultados de los ensayos PCR (reacción en cadena de la polimerasa, por sus siglas en inglés).
Una tecnología para acelerar los ensayos de PCR, involucra realizar una extracción de ARN preliminar de las muestras con nanopartículas magnéticas funcionalizadas. Esta tecnología, que permite aumentar la capacidad de 3500 a 10000 ensayos diarios, estaba fuera del alcance de las autoridades de Ecuador. Así que Briceño se puso manos a la obra y, junto con sus colegas de Yachay Tech, desarrolló un método de bajo costo para preparar estas nanopartículas (Sci. Rep. 2020, DOI: 10.1038/s41598-020-75798-9).
Credit: Karen Toro
El laboratorio de Sarah Briceño está investigando las propiedades magnéticas de la arena negra de la costa de Ecuador para aplicaciones industriales.
“Fabricamos un litro de nanopartículas magnéticas para hacer posibles miles de pruebas,” explica Briceño. Fue una experiencia muy enriquecedora que, estiman, pudo acelerar unos 50000 test de COVID-19 tras tan solo dos días de síntesis.
Briceño es una fuente de inspiración para sus estudiantes en Yachay Tech. Amauta Quilumbango, un estudiante de licenciatura en la Escuela de Ciencias Físicas y Nanotecnología, confiesa que las experiencias que ha vivido con ella han dejado una profunda huella en su memoria.
Briceño le ayudó a preparar su presentación para el trabajo final de carrera. “Me enseñó que, para hablar de mi investigación tengo que contar una historia,” explica. Estas instrucciones le ayudaron a cambiar el foco de su presentación y tener mucha más confianza durante su defensa. Inspirado por su mentora, Quilumbango aspira a hacer una tesis doctoral en nanotecnología.
En algún momento, Briceño espera poder volver a Venezuela. “Mi sueño es volver a mi país para rescatar los laboratorios donde me eduqué. Quiero compartir esa sabiduría con mi gente, volver a convertir los laboratorios en los sitios de referencia que fueron,” explica. Con esta idea en mente, quiere aplicar todo lo aprendido durante su carrera para ayudar a avanzar a su país.
Traducido al español por Fernando Gomollón Bel para C&EN, con revisiones de César A. Urbina-Blanco. La versión original (en inglés) de este artículo se publicó el 20 de septiembre de 2024.
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