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Environment

Ciencia y diplomacia

by Sergio Jorge Pastrana
June 7, 2015 | A version of this story appeared in Volume 93, Issue 23

Editorial invitado escrito por Sergio Jorge Pastrana, Secretario de Asuntos Exteriores de la Academia de Ciencias de Cuba.

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Ya ha pasado casi medio año desde que los presidentes de Cuba y los EE.UU. anunciaron que pensaban reunirse para restablecer las relaciones diplomáticas entre los dos países. Tras más de 50 años en punto muerto, el histórico acuerdo alcanzado el pasado diciembre inició un proceso de normalización que marca el comienzo de este nuevo capítulo en la historia de ambos países. De momento, el diálogo entre equipos de negociadores ha dado algunos frutos; sin duda el más importante de todos ellos es la apertura de embajadas en Washington y La Habana. Esto debería ocurrir pronto, en cuanto se eliminen las últimas piedras que quedan en los caminos burocráticos. Pero, aparte de todas estas discusiones diplomáticas, los negociadores también han empezado a debatir sobre una serie de temas muy importantes para las sociedades cubana y estadounidense. Además de tratar temas sobre leyes, inmigración o comunicación, no han sido pocas las charlas sobre ciencia e investigación en varias áreas que interesan y preocupan a ambas naciones.

Durante los años de distanciamiento entre Cuba y EE.UU., un grupo de personas de ambos países ha encontrado una forma de comunicarse e intercambiar ideas: me refiero a los representantes de la comunidad científica. Desde médicos y meteorólogos hasta ingenieros, biólogos, químicos y físicos, todos han encontrado una manera para hablar sobre intereses comunes, de los últimos avances en su campo o de la tecnología y el conocimiento científico de vanguardia. En resumen, esas cosas de las que hablan los científicos cuando se reúnen. Al principio, solían aprovecharse los congresos internacionales para estos fines, pero además, muchas sociedades científicas (tanto de Cuba como de EE.UU.) hicieron la vista gorda y establecieron importantes colaboraciones, olvidando un poco toda la diplomacia que tantas trabas ponía a la comunicación. Debo resaltar a los meteorólogos, químicos y físicos como unos de los colectivos más activos en estas relaciones extraoficiales a lo largo de los años.

Durante mi etapa como portavoz de la Academia de Ciencias de Cuba en el Consejo Internacional para la Ciencia (ISCU, sus siglas en inglés) y en la Inter Academy Partnership, tuve la oportunidad de conocer a una gran variedad de excelentes científicos de ambos países. Con el paso de los años vi cómo se crearon relaciones profesionales duraderas y conexiones científicas que han proporcionado un caldo de cultivo estupendo  para todo tipo de cooperación, como la publicación conjunta de trabajos de investigación, artículos y libros. Sólo lamento que casi todos estos intercambios (intelectuales) se llevaron a cabo bajo la total omnipresencia del embargo (de Estados Unidos) a Cuba. Debido a esto, los científicos tuvieron que lidiar con escasez de fondos, limitaciones para viajar y complicaciones a la hora de compartir muestras y equipamiento técnico. Es decir, padecieron la ausencia de un entorno propicio para un trabajo colaborativo como es la ciencia. Para muchos de ellos siempre estaba presente la preocupación de estar haciendo algo, cuando menos, de dudosa legalidad, aunque sólo estaban comportándose como científicos, haciendo precisamente lo que se espera que hagan.

La comunidad científica tiene una responsabilidad muy importante hacia la sociedad; debe encontrar soluciones a los grandes problemas globales a los que nos enfrentamos. Por ello, la sociedad debería facilitar el trabajo del científico, permitiéndole investigar en las mejores condiciones posibles. Aprovechándose de las prometedoras relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, la ciencia debería dar un paso al frente y demostrar cómo este nuevo entorno de cooperación puede traer resultados muy positivos a ambos países.

Por lo tanto, los portavoces políticos deberían promover activamente actividades científicas y de cooperación que pudieran ofrecer soluciones a todo tipo de retos globales. Algunos escépticos podrían esgrimir que la comunidad científica de una potencia como EE.UU. tiene poco que aprender de sus homólogos cubanos (he oído argumentos como éste con anterioridad). Ni mucho menos. Ese tipo de ideas están basadas en la intolerancia y en una ignorancia propia de aquellos que no saben cómo funcionan la ciencia y la investigación, ni cómo se produce nuevo conocimiento que conlleve al desarrollo de nuevas tecnologías e innovaciones. Es más, los temas que estudia la ciencia no están limitados por fronteras geopolíticas. Al contrario, viajan libremente para poder ser estudiados, comprendidos y gestionados más allá de cualquier valla fronteriza o muro. Ya sean éstos bandadas de pájaros, bancos de peces, especies invasoras, virus, derrames de crudo, huracanes, nubes de polvo, tsunamis, lluvia ácida, ignorancia o prejuicios sociales. Ninguno de estos fenómenos puede controlarse y revisarse sin el correcto uso del conocimiento científico. Es por tanto nuestro  deber como científicos crear este nuevo conocimiento, mientras que los políticos y los burócratas tienen la obligación de hacerlo posible.

Sergio Jorge Pastrana

 


Traducción al español producida por Greco González Miera de Divulgame.org para C&EN. La versión original (en inglés) del artículo está disponible aquí.


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