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García Rivera decided to return home to Cuba, where his family lives—and where, he jokes, the weather is much better than in Germany. But the major driver was his optimism that the situation for chemists in Cuba was improving.
Después de décadas de oportunidades limitadas ‘en casa’, los químicos cubanos tienen la esperanza de que sus carreras mejoren. Los investigadores son optimistas; una relación más abierta con los EE.UU. permitirá crear más conexiones y, potencialmente, mejorar la disponibilidad de fondos y acceso a equipamiento y productos. Continúe leyendo para averiguar más sobre el estado de la química en Cuba.
Returning to Cuba is “a very personal decision. Some people like it more outside,” says García Rivera, who has a quick smile and a pragmatic outlook on working in his home country. “I had to find my way in Cuba. It took me a while.”
Cuando Daniel García Rivera consiguió su doctorado en química en 2007, tuvo que afrontar una difícil decisión. Quedarse en Alemania, donde había pasado casi cuatro años con un buen salario, trabajando en un laboratorio universitario perfectamente equipado; o volver a Cuba, el país que ama, pero donde le esperaban sueldos bajos, acceso limitado a equipamiento para su investigación y, virtualmente, ninguna financiación para soportar su línea de investigación independiente.
García Rivera decidió volver a casa, a Cuba, donde vive su familia y donde, bromea, el tiempo es mucho mejor que en Alemania. Pero sobre todo le guió la ilusión, el optimismo al ver que la situación de los químicos cubanos estaba mejorando. Volver a Cuba, explica, “fue una decisión personal, otros preferirán quedarse fuera.” García Rivera, siempre sonriente y con una visión pragmática sobre trabajar en su país de origen dice: “Tuve que abrirme camino en Cuba. Me llevó un tiempo.”
García Rivera, ahora profesor en la Universidad de La Habana, es uno de los pocos jóvenes químicos cubanos que han decido desarrollar su carrera en Cuba. Durante décadas, la mayor parte de los químicos abandonaban el país, en vía de desarrollo, en busca de mejores trabajos. Pero parece que la economía cubana mejora, y la fuga de cerebros empieza a disminuir. La situación se volvió todavía más prometedora en 2015, cuando el ex-presidente de los EE.UU. Barack Obama reabrió las relaciones bilaterales con Cuba después de décadas de separación. García Rivera y sus colegas esperan que este cambio desemboque en un mejor acceso a equipamientos y productos químicos especializados, más financiación para I+D y, sobre todo, mejores colaboraciones con investigadores estadounidenses.
▸ 11.4 millones de personas (2015)
▸ 11.3 millones de graduados universitarios
▸ PIB de 77.5 miles de millones de dólares (2013)
▸ 12.8% del PIB se invierte en educación
▸ 99.8% de alfabetización
▸ 11.1% del PIB se invierte en sanidad
▸ 0.4% del PIB se invierte en I+D
▸ 7º país de Latinoamérica en número de publicaciones
Fuentes: Banco Mundial, CIA World Fact Book, Organización de las Naciones Unidas, Organización Mundial de la Salud.
Los científicos que han vuelto a la Facultad de Química de la Universidad de la Habana trabajan en edificios que se desmoronan con equipamiento de décadas de antigüedad. Pero gracias a la perseverancia, al ingenio, y a las relaciones con colegas en el extranjero, consiguen investigar. El número de publicaciones de Cuba está por encima de lo que cabría esperar de una isla de poco más de 11 millones de personas –aproximadamente el tamaño de Ohio– y muy por encima de otros países del Caribe.
La situación es aún mejor para los científicos que trabajan en la industria biotecnológica cubana, que abarca unas doce empresas subvencionadas por el gobierno que fabrican productos para la sanidad pública cubana y de otros países de Latinoamérica.
Aun así, tanto los científicos de la industria como los académicos todavía se ven afectados por el embargo de EE.UU., que hace casi 60 años puso límites en el comercio con la isla después de que el comunista Fidel Castro se hiciera con el gobierno de Cuba. Adquirir y mantener equipos es carísimo y casi imposible, porque no pueden comprarse en EE.UU., ni siquiera pueden contener partes diseñadas ahí. El embargo también afecta a la libertad de movimiento de los cubanos. A pesar de que han mejorado las relaciones, los residentes estadounidenses sólo pueden ir a Cuba por un número limitado de motivos – entre ellos intercambios educativos.
Aunque el embargo terminara mañana mismo, Cuba todavía sería un país en desarrollo. Pero tanto la industria biotecnológica como la comunidad universitaria tienen esperanzas de que una mejor relación entre los EE.UU. y Cuba hará la ciencia de la isla mucho más potente.
Los científicos más jóvenes son especialmente optimistas. El año pasado, los químicos eligieron a García Rivera (39 años) para liderar la Sociedad Cubana de Química. Fue una gran sorpresa, logró ganar la batalla electoral a colegas más veteranos. Planea usar gran parte de sus dos años de legislatura para convencer a los investigadores estadounidenses a colaborar con químicos cubanos. También trabajará para que los estudiantes cubanos tengan más oportunidades de formarse en los EE.UU. “Todos ganamos,” dice. “Ellos aprenden sobre Cuba, y nosotros aprendemos de ellos.”
La Facultad de Química de la Universidad de La Habana tiene su sede en un edificio de piedra de los años 50 rodeado de palmeras, en una colina cerca del campus principal. Se puede llegar caminando al casco histórico de La Habana, donde un creciente número de turistas pasean por las adoquinadas calles entre antiguos fuertes y clásicos hoteles que recuerdan a Ernest Hemingway.
Cuando entramos en la Facultad, los despachos y los laboratorios dejan patentes las dificultades económicas de la Universidad. Las paredes agrietadas y las manchas en el techo son testigos de que el edificio no se ha reformado en décadas. Pero eso no parece molestar a sus 470 estudiantes, reunidos en el Aula Magna una mañana de febrero para discutir enérgicamente sobre el campeonato de fútbol contra los otros departamentos de la Universidad de La Habana.
En un edificio cercano tiene su laboratorio García Rivera, responsable del Centro para el Estudio de Productos Naturales, especializado en química de péptidos y proteínas. Su oficina y su laboratorio están lejos de ser perfectos: comparte línea de teléfono con varios compañeros, su conexión a internet está limitada a 500 megas al mes y es lentísima –descargar la supporting information de un artículo puede llevar horas– y en su laboratorio faltan equipos que se consideran imprescindibles en Occidente.
“Cuando acabas la tesis, quieres hacer algo nuevo, algo espectacular,” dice García Rivera. Su mujer también estudió química en la Universidad de La Habana, y volvió a la isla después de formarse en México. “Pero cuando estás en Cuba te das cuenta de que tienes que trabajar en algo para lo que puedas conseguir financiación; de otro modo sería imposible hacer ciencia bonita.”
Esta es una de las razones por las que decidió centrarse en la investigación biomédica, una de las pocas áreas que reciben financiación del gobierno por su gran interés en salud pública. Al contrario que en los EE.UU., donde los investigadores reciben grandes sumas de dinero del gobierno, Cuba no da becas ni contrata investigadores. A los académicos sólo se les pagan las clases y las prácticas, ellos son los únicos responsables de encontrar fuentes de financiación para su investigación.
“Tienen que entender que Cuba es un país pobre, no puede financiar todas las ideas que tenemos,” dice García Rivera. No tiene ningún rencor al gobierno por limitar la financiación en I+D, más bien al contrario, está orgulloso de las grandes inversiones en biotecnología. “Otros países del tamaño de Cuba o con presupuestos similares no se dedican a la ciencia en absoluto.”
Para financiar su investigación, la Facultad de Química lleva a cabo una tarea casi desconocida en los departamentos universitarios estadounidenses: la fabricación de productos. Por ejemplo, en el Centro de Biomateriales, otro núcleo de la investigación universitaria, producen y venden polímeros para empastes dentales y apósitos líquidos para financiar la investigación. Pero “los beneficios son todavía muy, muy pequeños. No es suficiente para comprar ciertos materiales o ser autosuficientes,” dice Loreley Morejón Alonso, investigadora en este centro que se doctoró en Brasil y volvió a Cuba hace poco para estar con su marido y su hijo.
Actualmente, la mayor fuente de ingresos del departamento de química de la Universidad de La Habana es la venta de un estimulador de crecimiento de plantas. Los profesores de la facultad sintetizan el fertilizante en un laboratorio cerrado del sótano del edificio principal y lo venden a los agricultores de la isla.
El personal de la facultad de química de la Universidad de La Habana trabaja con dificultad.
Los presupuestos se destinan principalmente a reparaciones de edificios y a importar productos químicos especializados de Europa. Aún así, los botes antiguos y las estanterías semidesiertas dan una idea de lo difícil que es acceder a ciertos compuestos en Cuba. Los estudiantes e investigadores que tienen la oportunidad de salir de la isla, a menudo vuelven con maletas llenas de productos y material para sus compañeros. Y si el acceso productos especializados es complicado, el acceso a equipos de seguridad es prácticamente inexistente.
El dinero apenas llega para mantener los edificios y comprar ciertos productos básicos. El presupuesto para la compra de equipos es ridículo, y además hay que importarlos de Europa o Asia, lo que multiplica los costes que supondría comprarlos en EE.UU. directamente.
Por culpa de esto, los equipos de los laboratorios son antiquísimos. La situación en la Universidad “siempre ha sido mala, realmente,” recuerda Carlos Peniche, que comenzó a trabajar en la facultad de química a principios de los 70 tras doctorarse en Inglaterra. “A veces consigues los equipos, y entonces todo funciona bien. Pero los aparatos se hacen viejos y, con el tiempo, dejan de funcionar.”
Por esto las colaboraciones son clave para los ambiciosos químicos de la Universidad de La Habana. Muchos viajan con frecuencia al extranjero para poder trabajar con científicos que tienen un mejor acceso a ciertos recursos. García Rivera, por ejemplo, pasa varios meses al año en los laboratorios de sus colaboradores extranjeros. “La decisión más difícil es volver” a Cuba para empezar una carrera independiente, dice. “Si lo haces, tienes que encontrar una solución que funcione. La cooperación internacional es fundamental.”
Y siempre ha sido así desde que, en los 60, el departamento de química decidió centrarse en la investigación. Muchos de los investigadores de la facultad, que ahora tienen 60 o 70 años, estudiaron en la antigua Unión Soviética, que siempre ha apoyado la ciencia y el gobierno cubanos. La caída de la URSS a finales de los 80 marcó el comienzo de un tiempo complicado para Cuba y para su ciencia.
Conforme desaparecía la financiación soviética, los jóvenes químicos cubanos perdían su esperanza de progreso. Alex Fragoso, que se doctoró en la Universidad de La Habana, aprovechó la oportunidad de hacer un postdoc en Madrid en 2014. En apenas 6 meses hizo experimentos que le habrían llevado varios años en Cuba, explica Fragoso, actualmente profesor en la Universitat Rovira i Virgili en España. “Las perspectivas de seguir mi carrera en Cuba eran malísimas y, hasta donde yo sé, lo siguen siendo.”
La fuga de cerebros no es, ni mucho menos, exclusiva de Cuba. Muchos países en vías de desarrollo afrontan un dilema similar. Lo que quizás marca la diferencia es la gran cantidad de cubanos con educación universitaria. Cuba es uno de los países que invierte más porcentaje de su PIB en educación. 1.3 millones de cubanos son graduados universitarios.
Alfredo Rodríguez Puentes, graduado en química, dice que el problema reside en que la economía del país no se ha desarrollado lo suficiente como para dar cabida a tantos profesionales formados. “Ni siquiera tiene que ver con el dinero. Si quieres crecer como químico, tienes que trabajar como tal,” dice. “Si no encuentras las oportunidades en tu país, te vas a otro. Y esto es lo triste.”
Mientras los químicos universitarios de La Habana tienen que rascar dinero de donde sea para acceder a productos y equipos, los investigadores de la industria, al otro lado de la ciudad, viven en un mundo radicalmente distinto. El Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB) está a unos 20 minutos en coche de la Facultad de Química, más allá de las embajadas y las casas enormes que, algún día, fueron el hogar de la élite cubana. Casi todas las empresas de biotecnología cubanas –unas doce, todas propiedad del gobierno– están en ese mismo barrio, un área de difícil acceso si usas el transporte público. Por este motivo, el gobierno construyó viviendas cercanas para los trabajadores de las diferentes empresas.
La empresa más grande de todas es el CIGB. Tiene 1500 empleados que trabajan en un campus repleto de edificios ochenteros de colores crema y naranja. La inmensa diferencia es evidente cuando uno entra en sus laboratorios. Muebles blancos y brillantes, campanas de extracción, suministros abundantes y aparatos nuevos. Los investigadores visten batas blancas y guantes aunque, como en la universidad, ninguno lleva gafas de seguridad.
Luis Gonzáles López, el químico responsable del departamento de química física del CIGB, llegó al centro en 1986, justo un año después de su inauguración. Por aquel entonces no se imaginaba qué tenía que ver la química con la biotecnología, pero pronto comprendió que la química es una parte fundamental del éxito de la industria. “Es casi imposible pensar en una biotecnología cubana sin químicos,” dice Gonzáles López.
La compañía produce una docena de productos, incluidas vacunas para enfermedades infecciosas y tratamientos para úlceras diabéticas y degeneración macular. También tiene una rama de agroquímicos que investiga cómo mejorar la producción de comida en Cuba.
Los centros de biotecnología cubanos reciben generosas ayudas del gobierno.
El CIGB ha sido lo suficientemente exitoso para que el gobierno haya reinvertido en sus laboratorios, que tienen equipos relucientes. Los beneficios se traducen en sueldos que multiplican los salarios académicos. Unos 300 empleados del CIGB trabajan en I+D.
Los científicos consideran al ex-presidente cubano Fidel Castro el fundador de la industria biotecnológica. Después de oír hablar del interferón a dos profesores estadounidenses, decidió que los cubanos debían aprender a sintetizarlo. Ese éxito empujó al gobierno cubano a invertir en compañías biotecnológicas, que recibieron apoyo incluso durante los 90, cuando el país atravesaba su peor crisis económica.
Castro “creía que en un país pobre como Cuba, la única manera de tener atención médica de calidad requería que sintetizáramos nosotros mismos los medicamentos,” explica Vicente Vérez Bencomo, director general del Instituto Finlay, que estudia y fabrica vacunas en un edificio cercano al CIGB.
En 1983, Vérez Bencomo trabajaba como químico en la Universidad de La Habana tras haber vuelto de estudiar en Rusia y Francia. Convenció a la universidad para que le dejara trabajar exclusivamente en investigación con el objetivo de desarrollar tanto métodos diagnósticos como tratamientos para enfermedades que afectaban a la isla. Al principio, centró su investigación en desarrollar un test eficaz para lepra, por aquel entonces muy frecuente en Cuba.
Pero después del brote de meningitis por meningococos que azotó la isla a finales de los ochenta, su investigación cambió de rumbo. Empezó a estudiar las vacunas, creía que su hija adolescente podía ser vulnerable a la enfermedad. “Mi mujer y yo estábamos aterrorizados, pero pensamos que quizás la ciencia podía ayudar,” dice Vérez Bencomo. “Esa fue nuestra verdadera motivación.”
El resultado fue la primera vacuna sintética del mundo y el único artículo en Science de la historia de Cuba (2004, DOI: 10.1126/science.1095209). Vérez Bencomo llevó a cabo el trabajo en la Universidad de La Habana, donde lideraba un equipo de 40 personas. En 2008, cuando su equipo ya no cabía en el laboratorio, comenzó a dirigir su propio instituto para el estudio de las vacunas. Desde entonces, Vérez Bencomo y la mayor empresa biotecnológica del país han desarrollado una serie de vacunas y productos farmacéuticos disponibles tanto en Cuba como en el extranjero.
Entre estos productos está la vacuna para el cáncer de pulmón CIMAvax, que en noviembre de 2016 se convirtió en el primer fármaco cubano en pasar a fase de estudio clínico en EE.UU. Lo desarrolló el Centro de Inmunología Molecular, que dio el primer paso hacia un estudio en EE.UU. con una llamada en frío al Roswell Park Center Institute de Buffalo en 2011.
Kevin Lee, que coordinaba los estudios clínicos en Roswell Park, dijo que nunca había pensado en la ciencia cubana antes de recibir la llamada. “Mucha gente pensaba que Cuba estaba atascada en los cincuenta, en la época de ‘I Love Lucy’,” recuerda. Pero sus colaboradores y él quedaron impresionados. “Vimos la calidad del trabajo que estaban haciendo y la innovadora infraestructura que habían desarrollado para llevar esas vacunas a estudios clínicos en Cuba e internacionalmente,” dice Lee.
CIMAvay provoca una respuesta inmune ante el factor de crecimiento de la epidermis, que es muy importante para el crecimiento de varios tipos de cáncer. Los estudios clínicos cubanos demostraron que la vacuna apenas tiene efectos secundarios. En Cuba, los médicos de familia pueden administrar la vacuna, que llega incluso a áreas rurales.
Pero conseguir que la vacuna pase todos los controles y regulaciones de EE.UU. era un gran reto. Al contario que en otros países que pretenden que la FDA les apruebe un medicamento, los inspectores de la FDA se encuentran con grandes problemas por culpa del embargo: no pueden visitar las plantas de producción ni examinar el trabajo de los investigadores. “Cuba ha sido una caja negra durante 50, casi 60 años,” explica Lee. “No hay un acuerdo entre EE.UU. y Cuba que permita intercambios entre los dos países.”
Estas restricciones podrían hundir las aspiraciones del CIGB de vender sus productos en EE.UU., donde podrían obtener grandes beneficios. “Es un gran reto porque hasta ahora la FDA y el mercado estadounidense han estado en la sombra, nos estaban prohibidos. La forma de pensar y los principios que rigen esos mercados son completamente nuevos para nosotros,” dice Gonzáles López.
Por eso las compañías cubanas han buscado colaboradores como Roswell Park que pueden guiarles durante todo el proceso. Sin embargo, las universidades estadounidenses y las grandes empresas farmacéuticas todavía no se atreven a lanzarse a la piscina. “Creo que están esperando a ver qué pasa” con CIMAvax, dice Lee. Lee está impresionado con la industria biotecnológica cubana y, en particular, con los científicos de la isla. Como tienen recursos limitados, “están entrenados para pensar mucho lo que hacen,” dice. “Sus procesos son más largos, pero tienen que pensar cuidadosamente cada paso que dan, porque no pueden permitirse el lujo de decir ‘esto no funciona, vamos a probar otra cosa.’”
Gonzáles López dice que la industria no pensó en lo que vendería fuera o en las necesidades de Europa o los EE.UU. “Nuestro objetivo es proveer a nuestro sistema sanitario con medicamentos nuevos que mejoren la salud y la calidad de vida de los cubanos. Esta ha sido siempre nuestra filosofía.”
Y Vérez Bencomo está orgulloso de perseguir ese objetivo. “Necesitamos conectar la ciencia con la sociedad. La sociedad de un país pobre jamás entenderá la importancia de lo que hacemos si no ven los resultados.”
El profesor, un químico teórico de 70 años, podría haber abandonado la isla fácilmente durante su carrera, pero decidió quedarse.
“Todavía me ilusionan las oportunidades que la revolución cubana dio a nuestro pueblo,” dice. “Sólo un 5% de mis estudiantes habrían ido a la universidad si la revolución no les hubiera dado la oportunidad de estudiar. Es una causa por la que merece la pena luchar.”
Le encantaría ver que sus alumnos tienen la oportunidad de trabajar con colegas estadounidenses. Montero Cabrera señala que, en un mundo ideal, podría viajar a Nueva York por la mañana, ir a una reunión, y volver a Cuba para la cena. “Lo peor de tener que sufrir el embargo es estar aislados de los avances científicos de EE.UU.,” dice.
Montero Cabrera es el ex presidente de la Sociedad Cubana de Química, y comenzó a tender puentes con EE.UU. contactando con colegas de la American Chemical Society (ACS), que publica C&EN. La ACS ha mandado varias delegaciones a Cuba que han trabajado en buscar la mejor forma de apoyar a los químicos cubanos. Pero no hay una solución sencilla. Donar equipos y suministros es posible, pero el embargo lo hace difícil y caro. Hasta ahora, casi toda la ayuda se hace a través de visitas organizadas, tanto de científicos cubanos a EE.UU. como de científicos estadounidenses a Cuba. Una delegación de las divisiones de química analítica y educación química de la ACS visitó La Habana en febrero. Organizaron una reunión que permitió a algunos químicos cubanos visitar la Universidad de Utah a principios de este mes. Fue la primera piedra de una nueva colaboración.
En diciembre de 2016, William Scott, un profesor de química en la Universidad de Indiana-Purdue University Indianapolis, llevó una delegación de químicos a la Universidad de La Habana gracias al patrocinio de la ACS. Allí, asistieron a un programa de descubrimiento de nuevos fármacos. Encontró departamentos que quizás no tenían grandes equipos –no tenían aparatos de cromatografía líquida y espectrometría de masas, por ejemplo– pero estaban repletos de estudiantes con talento.
“Trabajan mucho y son entusiastas, conviven bien con la situación de precariedad,” dice. De hecho, los recursos limitados son, de algún modo, una ventaja para los estudiantes cubanos. En EE.UU. “damos muchas cosas por sentadas y no sentimos la presión de tener que ser creativos.”
El ex presidente de la Sociedad Cubana de Química Luis Montero Cabreara ha creado una lista de áreas de investigación en las que colaborar con científicos cubanos, incluyendo áreas de gran interés potencial para químicos.
▸ Fuentes de energía limpias y estrategias de recuperación
▸ Aire acondicionado y refrigeración a partir de fuentes de energía renovables
▸ Biotecnología y fármacos
▸ Fertilizantes y pesticidas
▸ Educación e investigación básica
▸ Agricultura de alto rendimiento y control del suelo
▸ Derivados del petróleo, gas natural y minería
▸ Derivados del azúcar y la caña
La gran mayoría de los estudiantes de doctorado de la Universidad de La Habana se van al extranjero para una tesis ‘sándwich’, en la que pasan medio año fuera y medio año en Cuba. El embargo ha provocado que estas colaboraciones se establezcan casi exclusivamente con países europeos y latinoamericanos.
A la Universidad de La Habana le encantaría poder mandar más estudiantes cubanos a formarse a EE.UU. C&EN sólo ha podido encontrar una estudiante cubana que haya venido a formarse a EE.UU. legalmente: Olivia Fernández Delgado, que trabajó en el laboratorio de García Rivera antes de graduarse. Ahora trabaja en el laboratorio de Luis Echegoyen en la Universidad de Texas, El Paso, y espera doctorarse ahí.
La Sociedad Cubana de Química quiere promover las colaboraciones con EE.UU. animando a más científicos estadounidenses a visitar la isla. Cada año la sociedad acoge una sesión de ‘hot topics’ que trae a científicos occidentales a Cuba para dar conferencias a estudiantes. Los ponentes no sólo no reciben una retribución económica sino que se pagan ellos el viaje. Los organizadores están orgullosos de acoger, en 2018, el Congreso Latinoamericano de Química, que esperan traiga cientos de colaboradores potenciales a Cuba.
Los científicos cubanos, como tantos otros, temen lo que pueda pasar tras la llegada de Trump a la Casa Blanca. Un representante de la embajada estadounidense en La Habana dice que el gabinete de Trump ya ha empezado a revisar las políticas de relaciones con la isla. Para los científicos cubanos, levantar el embargo supondría un acceso a productos y equipos más barato y mucho más rápido. Pero de momento están felices de que las relaciones puedan ir mejorando, como lo hicieron con Obama, especialmente si esto lleva a más y mejores colaboraciones con los científicos de EE.UU.
Montero Cabrera y sus colegas dicen que, pese a los años de separación, no hay ninguna animadversión hacia los EE.UU. De hecho, hace poco recibió una beca de la Universidad John Hopkins, una experiencia que le hizo descubrir lo importante que es restablecer la relación. “La gente de mi generación hemos vivido vidas paralelas, unos allí y yo aquí,” dice Montero Cabrera. Los científicos de los dos países han estado separados durante toda su carrera, y ahora está entusiasmando de ver que finalmente esto acaba. “He tenido la suerte de vivir lo suficiente para ver esto.”
Traducción al español producida por Fernando Gomollón Bel de Divulgame.org para C&EN. La versión original (en inglés) del artículo está disponible aquí.
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