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Desde joven, Eshani Lee sabía que quería dedicarse a la ciencia. Pero casi abandona su sueño. Durante el segundo año de la carrera, en la Universidad de California Irvine, Lee se frustraba cada vez más con los malos resultados en los exámenes. “No lo entiendo,” pensaba. “¿Por qué no me sale nada?”
Lo que más confundía a Lee era que se veía totalmente capaz de explicar el contenido de las clases en hindi y guyaratí, los idiomas que aprendió durante su infancia en la India. Pero a menudo tenía que descifrar las preguntas de los exámenes, escritas en un inglés lleno de jerga científica, y acababa equivocándose con las palabras correctas y sacando malas notas.
Comparado con los angloparlantes avanzados, las personas que están aprendiendo inglés pueden necesitar hasta:
Más tiempo para leer un artículo científico
Más tiempo para escribir un artículo científico
Más tiempo para prepararse las presentaciones.
Además:
Del tiempo, los estudiantes de inglés piden ayuda con el idioma mientras escriben artículos científicos.
De los estudiantes de inglés deciden no acudir a congresos y conferencias por las barreras lingüísticas.
Fuente: PLOS Biol. 2023, DOI: 10.1371/journal.pbio.3002184
Más tarde, cuando Lee se convirtió en profesora asistente durante su doctorado, descubrió que otros estudiantes que habían aprendido el inglés como un nuevo idioma también tenían problemas con las barreras lingüísticas. “Me di cuenta de que no era solo “mi” problema,” dice Lee, actualmente una investigadora de didáctica de la química en la Universidad Estatal de Pennsylvania Hazleton. El problema es sistémico, está originado en una falta de apoyo para quienes aprenden inglés.
Como la ciencia moderna se comunica, mayormente, en inglés, los estudiantes que estudian y trabajan en países donde el inglés no es el idioma principal también encuentran problemas similares. Valeria Ramírez Castañeda recuerda los problemas para leer artículos de investigación durante su época como estudiante de licenciatura en la Universidad Nacional de Colombia.
“Era una privilegiada, porque había cursado cuatro años de clases de inglés,” recuerda. Sin embargo, muchos de sus compañeros apenas comprendían los textos escritos en inglés.
Más tarde, como estudiante de máster, Ramírez Castañeda estuvo trabajando durante semanas sin descanso para preparar su trabajo final de máster, e intentó escribirlo en inglés para poder publicarlo después. Sin embargo, con ganas de terminar y graduarse, terminó por rendirse y escribió todo en español.
Ramírez Castañeda es actualmente una estudiante de quinto año en un doctorado en biología de la Universidad de California Berkeley. Su trabajo de fin de máster todavía no se ha publicado.
La ciencia no es la única disciplina donde la comunidad encuentra problemas para comunicarse en otros idiomas. El inglés domina muchos campos académicos, dice Michael Gordin, un historiador de la ciencia en la Universidad de Princeton. Pero, debido a la velocidad de producción de la ciencia y a la gran cantidad de científicos que han aprendido a manejarse en inglés, las barreras lingüísticas se convierten en una barrera enorme para muchas disciplinas.
Y, a pesar de todo, el idioma apenas se tiene en cuenta en las conversaciones sobre diversidad en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (los campos STEM, por sus siglas en inglés). Cuando los estudiantes empiezan a experimentar estas barreras, sienten que “no están hechos para estudiar ciencia,” dice Lee.
Mientras tanto, quienes estudian inglés y consiguen hacer carrera en STEM a menudo pasan tiempo intentando resolver problemas y obstáculos relacionados con el idioma. Según un estudio reciente, liderado en parte por Ramírez Castañeda, las barreras lingüísticas fuerzan a los investigadores que no dominan el inglés a pasar hasta un 91% más de tiempo leyendo artículos científicos, y hasta un 51% más de tiempo escribiéndolos que sus colegas nativos en inglés (PLOS Biol. 2023, DOI: 10.1371/journal.pbio.3002184).
En total, las dificultades para leer en inglés se traducen en unos 19 días de trabajo adicional para un estudiante de doctorado, según la investigación de Ramírez Castañeda.
Algunas soluciones pueden ayudar a aliviar esta carga. Por ejemplo, Tatsuya Amano, una investigadora de biodiversidad en la Universidad de Queensland, que lideró el estudio con Ramírez Castañeda, escribió otro artículo que planteaba 10 cosas que puede hacer la comunidad científica para atajar este problema. Las recomendaciones de los autores incluyen, entre otras cosas, facilitar los servicios de edición y reconocer las barreras lingüísticas en las evaluaciones de proyectos y laborales (Nat. Hum. Behav. 2021, DOI: 10.1038/s41562-021-01137-1).
De forma similar, la investigación de Lee se centra en hacer la educación y formación en química más accesible a los alumnos de inglés (J. Chem. Educ. 2021, DOI: 10.1021/acs.jchemed.1c00370).
Pero, dado que las barreras lingüísticas del día a día son invisibles a la mayoría de las personas que aprendieron inglés como primer idioma, los intentos para superarlas suelen recaer en las personas que ya necesitan apoyo de todas formas. “Hemos escrito sobre estas soluciones miles de veces,” dice Ramírez Castañeda. “¿Podrían realmente prestarles atención?”
El idioma no sería un problema tan importante en ciencia si todo el mundo tuviera acceso a unos servicios educativos adecuados en inglés. Pero, en la mayoría de países, es prácticamente imposible navegar por un ecosistema totalmente anglófono utilizando solamente los aprendizajes de la escuela, dice Sebastian Kozuch, un profesor de química argentino en la Universidad Ben-Gurion del Negev.
Kozuch aprendió inglés por su cuenta; otros estudiantes de inglés, como Ramírez Castañeda, acudían a clases particulares de inglés después del colegio. Pero por desgracia, estas clases cuestan mucho dinero y, por lo tanto, son poco accesibles para mucha gente, especialmente aquellos que viven en zonas de bajos ingresos. “Hay tantísima gente que no pueden convertirse en científicos solamente por no haber recibido clases de inglés,” dice Amano.
Los estudiantes en áreas más ricas, mientras tanto, suelen tener más oportunidades para aprender inglés. Pero estos recursos, que normalmente se centran en clases de gramática y conversación en inglés, solo ayudan hasta cierto punto.
La fluidez del inglés en el mundo académico es una habilidad totalmente distinta de la fluidez que necesitas en conversaciones del día a día, dice Lee. Además de necesitar vocabulario específico para cada disciplina, el lenguaje académico puede utilizar palabras que, en otro contexto más informal, tienen significados totalmente diferentes. Los términos que son comunes plantean retos adicionales. Por ejemplo, Lee recuerda encontrarse con la palabra “respectivamente” en un examen de química. “¿Qué tiene que ver el respeto con esto?” recuerda pensar. “Claramente, no sé de qué me están hablando.”[Respeto en inglés es “respect”, que parece estar relacionado con “respectivamente”. N. del T.]
Y el problema va más allá de la comprensión lectora. Los problemas lingüísticos aparecen durante las clases y las presentaciones en congresos. Incluso los angloparlantes más avanzados pueden tener problemas con ciertos acentos y discursos muy rápidos.
“Aprendemos de forma más eficaz si podemos conectar la información nueva con nuestros conocimientos anteriores,” dice Jacky Deng, una investigadora predoctoral en la Universidad de Ottawa, cuyo trabajo está centrado en las experiencias de los químicos con un bagaje lingüístico diferente al inglés. Este proceso es todavía más complejo cuando los estudiantes de inglés reciben nueva información en este idioma, dice. “Es más difícil hacer la conexión”.
Entender tanto el inglés académico como el conversacional es, sin embargo, tan solo una de las caras del problema de los idiomas en STEM. “También tenemos que comunicar de forma eficaz,” dice Daniela Navarro Pérez, profesora de ingeniería química en la Universidad de Magallanes y estudiante predoctoral en la Universidad de Leeds.
Amano y Ramírez Castañeda estimaron que los investigadores que utilizan el inglés como un idioma secundario necesitan un 94% más de tiempo que sus colegas con más aptitudes lingüísticas para preparar y practicarlas presentaciones para los congresos.
Este dato concuerda con la experiencia personal de Navarro Pérez. Antes de la asamblea general de la la Unión Europea de Geociencia (EGU, por sus siglas en inglés), “practiqué muchísimo mis presentaciones,” dice Navarro Pérez, a pesar de que sus charlas apenas duraban 8 minutos.
De hecho, los congresos requieren tanto trabajo para los científicos con poca confianza en sus habilidades lingüísticas que muchos prefieren evitar estos eventos a toda costa, dice Amano. Según la investigación de Amano y Ramírez Castañeda, casi un tercio de los investigadores con un nivel bajo-medio de inglés confiesan eludir los congresos, a pesar de las repercusiones que esto puede tener a largo plazo en su carrera científica.
Y, en el mismo grupo, casi la mitad dijeron que suelen rechazar las invitaciones para dar comunicaciones orales. Incluso preguntar durante las sesiones en los congresos es difícil, dice Ramírez Castañeda. La última vez que acudió a un congreso, no recuerda levantar la mano para preguntar nada, añade.
Para algunos estudiantes de inglés, escribir artículos plantea las situaciones más problemáticas. Cuando, recientemente, Deng entrevistó a 18 estudiantes de doctorado y post-doctorado en química que no tienen el inglés como primer idioma, “todos hablaron sobre la cantidad de tiempo extra que les lleva escribir,” dice. Los entrevistados señalaron el esfuerzo mental que requiere traducir sus ideas de investigación de su lengua materna al inglés y plasmar sus pensamientos sobre papel usando la gramática, vocabulario y sintaxis adecuadas (J. Chem. Educ. 2023, DOI: 10.1021/acs.jchemed.2c01063).
Las ideas se simplifican en este proceso, porque a menudo los investigadores carecen de las palabras para expresar la complejidad en inglés. “Muchos estudiantes me decían que este proceso de traducción parece un proceso de filtración,” añade Deng.
Y, muchas veces, ese esfuerzo adicional no vale la pena. Según el estudio de Amano y Ramírez Castañeda, los investigadores con menos aptitudes en inglés tienen 12.5 veces más posibilidades de que su artículo necesite revisiones y 2.6 veces más probabilidad de ver sus trabajos rechazados por razones relacionadas con el idioma que los investigadores con mayor experiencia en inglés.
Aunque los revisores a menudo confunden la calidad del idioma con la calidad científica, mejorar el inglés suele ser difícil. “Puede ser especialmente caro si utilizas servicios profesionales de edición,” dice Amano.
Aunque la situación parezca demasiado gris para los estudiantes y los científicos cuya lengua materna no es el inglés, cuantificar estas desventajas puede ayudar a crear cambios positivos, dice Amano. Los estudios sobre barreras lingüísticas ayudan a visibilizar el problema, particularmente entre las personas que no suelen verse afectadas normalmente. Además, la investigación puede descubrir nuevas formas para que los angloparlantes más competentes hagan la ciencia más atractiva a todos los científicos, independientemente de su nivel de inglés.
Por ejemplo, el trabajo de Lee sugiere que los profesores de las universidades donde el inglés no es el primer idioma pueden simplificar el lenguaje usado en sus preguntas, para que los estudiantes de centren en las respuestas. “No necesitamos un vocabulario vasto y elevado”, explica. “Hay formas de simplificar las cosas y presentarlas a los estudiantes de forma que no suenen extremadamente complicadas y fuera de su alcance.”
Deng propone que las universidades preparen y provean recursos específicos para cada disciplina, como centros de escritura focalizados en STEM. Según su estudio, los centros que existen actualmente son demasiado generalistas y rara vez dan consejos útiles a los estudiantes de ciencias.
Además, los estudiantes deberían poder tener acceso a libros de texto en sus idiomas maternos. Actualmente, “hay mucha gente que abandona la ciencia, no porque no tengan una mente y predisposición adecuadas, sino simplemente porque no son buenos con los idiomas,” dice Gordin, el historiador de la ciencia.
Muchos estudiantes de inglés simplemente no tienen acceso a los mismos recursos y oportunidades de educación que los estudiantes con alto nivel de inglés. Por ejemplo, el Centro para Procesos Químicos y Seguridad, una organización dentro del Instituto Estadounidense de Ingenieros Químicos, ofrece diferentes cursos online de certificación que, según Navarro Pérez, tienen un valor incalculable para los ingenieros químicos. Pero la mayoría están en inglés, dice. “Esto es una barrera para mucha gente.”
Para ayudar a los investigadores a comunicar su ciencia, dice Amano, los organizadores de congresos podrían contar con intérpretes simultáneos para las charlas. Además, los organizadores pueden crear programas de mentoría que emparejen a ponentes con diferentes niveles de inglés para “ayudar con la preparación y la práctica de las presentaciones,” añade Amano. Algunos congresos, añade, ya han empezado a tomar este tipo de medidas.
Existen también organizaciones como GeoLatinas, un grupo plurilingüe que proporciona herramientas para mujeres latinas que quieren estudiar carreras en geociencias. Navarro Pérez, quien forma parte del consejo de liderazgo del grupo, dice que GeoLatinas organiza eventos de forma regular, para permitir que los estudiantes e investigadores ensayen sus charlas, reciban comentarios sobre sus publicaciones y solicitudes de empleo y practiquen sus habilidades para conversar en inglés.
La industria de las editoriales científicas también tiene que implementar grandes cambios. En un artículo, todavía no revisado por pares, Amano y sus colegas hacen una lista de diferentes políticas que pueden tomar las revistas científicas para hacer sus procesos más inclusivos en cuanto a las barreras lingüísticas (EcoEvoRxiv 2023, DOI: 10.32942/X2NS3K). Sugieren, por ejemplo, que las revistas proporcionen guías de estilo a los autores en diferentes idiomas, que entrenen a los revisores para remarcar la importancia de los sesgos asociados con el lenguaje y que ofrezcan a los investigadores servicios de edición y traducción gratuitos o, al menos, a precios más accesibles.
Estas tareas de edición y traducción podrían llevarse a cabo con herramientas de inteligencia artificial como DeepL y ChatGPT. Aunque muchas revistas prohibieron estas herramientas tras el salto a la fama de ChatGPT, varias han cambiado sus puntos de vista. La revistaScience acaba de relajar la política de inteligencia artificial para permitir a los investigadores el uso de los grandes modelos de lenguaje para la edición y corrección de artículos, siempre que se declare su uso de forma transparente, dice Holden Thorp, editor jefe de la familia de revistas deScience.
La Sociedad de Química Americana (ACS, por sus siglas en inglés) está preparando el lanzamiento de un programa piloto que ofrecerá herramientas de edición basadas en inteligencia artificial para autores. “Somos optimistas, creemos que esta herramienta podría reducir las barreras que encuentran los autores que han aprendido inglés como un idioma secundario,” dice un portavoz de la ACS en un correo electrónico. La ACS también publica C&EN, pero no está involucrada en las decisiones editoriales de la revista.
Los investigadores en docencia científica opinan que las herramientas de edición con inteligencia artificial, de la mano de las otras soluciones propuestas, beneficiarán al avance científico en general. Hacer los campos STEM más inclusivos a los angloparlantes menos avanzados en el idioma incrementa la diversidad de perspectivas en ciencia, algo que fomentará la innovación y el desarrollo, señala Lee.
Ahora mismo, “solo algunos (…) pueden participar realmente en la ciencia, y son gente que cuentan con el inglés como primer idioma,” dice Ramírez Castañeada. Hasta que eso cambie, “estamos perdiendo ideas, estamos perdiendo observaciones, estamos perdiendo soluciones.”
Traducido al español por Fernando Gomollón Bel para C&EN, con revisiones de Juan José Sáenz de la Torre Lasierra. La versión original (en inglés) de este artículo se publicó el 19 de noviembre de 2023 y está disponible aquí.
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