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Paseando por el edificio de química del campus de Humacao de la Universidad de Puerto Rico todavía pueden verse algunos destrozos causados por el huracán María hace casi un año.
El viento de más de 250 kilómetros por hora arrancó parte de los tejados y parte de las instalaciones de aire acondicionado y campanas de extracción, que todavía no funcionan al comienzo del nuevo año académico.
Una lona azul cubre el espectrómetro de RMN, protegiéndolo del agua que cae de un agujero en el techo, que comenzó siendo una pequeña fisura en una tubería.
Faltan trozos en los techos, los daños causados por el agua no han sido una prioridad a la hora de hacer reparaciones.
Otras partes del campo también muestran cicatrices. Todavía hay un filtro de agua que funciona con energía solar para proveer agua potable a los estudiantes, profesores, y viandantes que puedan necesitarla. Hay un tráiler con lavadoras y secadoras para la gente que todavía no ha podido reemplazar las suyas en casa. Hay aulas improvisadas y escritorios fuera de los edificios, porque es más agradable estar al aire libre que dentro sin aire acondicionado.
Pero también hay signos de esperanza. El campus está más verde de lo que cabría esperar después de que el huracán derribara cientos de árboles. Las plantas vuelven a crecer, y los estudiantes y profesores vuelven a pasear por los edificios, compartiendo chascarrillos y riéndose por los pasillos.
“Los puertorriqueños son héroes, atravesaron una época dificilísima—vivieron sin luz ni agua durante meses,” dice Fabio Alape Benítez, el director del departamento de química de la Universidad de Puerto Rico (UPR) en Humacao, mientras conduce por el campus universitario al sureste de Puerto Rico.
“Hicimos un esfuerzo increíble para retomar la actividad en el campus, en contra de mucha gente que nos recomendaba esperar. Fue muy difícil. Ahora es un campo de rosas comparado con las condiciones de entonces.”
La situación se repite en universidades por todo Puerto Rico. Después de meses sin electricidad, comunicaciones, agua, gasolina, y tantas otras cosas igual o más básicas, los químicos de toda la isla se pusieron a trabajar duro haciendo experimentos, escribiendo artículos, enseñando y volviendo a llenar las clases y los laboratorios de vida.
Mientras las diferentes facultades, especialmente los 11 campus de la UPR, siguen enfrentándose a retos técnicos y financieros, están volviendo a la normalidad, poco a poco.
“Nosotros, como puertorriqueños, como universidad, pagamos las consecuencias. Pero ahora somos mucho más fuertes que hace un año,” dice Jorge I. Vélez Alcoho, presidente de la Universidad Católica Pontificia de Puerto Rico en Ponce. “Ahora sabemos que podemos seguir adelante, pase lo que pase.”
Cuando el huracán María empezó a virar hacia Puerto Rico en septiembre de 2017, muchos científicos pensaron que esquivaría la isla.
En los campus de la UPR, algunos estaban más preocupados de las secuelas de una huelga de estudiantes que había parado las clases en toda la isla en primavera de 2017. Los estudiantes se rebelaron protestando por la subida de las tasas universitarias y los recortes presupuestarios que recomendaban los políticos tras la bancarrota del gobierno puertorriqueño.
El campus más grande de la UPR—Río Piedras en San Juan, la capital—fue el que más sufrió las consecuencias de la huelga. Las protestas interrumpieron las clases durante meses. El incidente desencadenó una inspección de Río Piedras y otros siete campus de la UPR por parte de su agencia de acreditación.
El huracán, que llegó a la isla el 20 de septiembre, fue mucho peor que cualquier otra crisis vivida en la isla. Valeria Valera, una estudiante de química en UPR Aguadilla, estaba estudiando un examen de español, pensando que iría a clase a la mañana siguiente como cada día. Pero horas después su casa empezó a inundarse, y pasó el huracán en una colina cercana, encerrada en su coche con su hijo de cinco años y otros familiares.
“Estaba mojada, fría, y no podía arrancar el coche,” porque tenía miedo de quedarme sin gasolina, explica Varela. Ni siquiera podía bajar las ventanillas por culpa del viento. Cuando por fin pudo volver a casa, se la encontró inundada con más de un metro de agua—y eso que no se encuentra en una zona inundable. “No perdimos todo, pero casi,” dice Varela.
Lauren V. Fernández Vega, una estudiante de doctorado colombiana que estudia en la UPR en Río Piedras, estaba en una residencia del campus. “Fue horrible,” recuerda. Las ventanas estallaron, el agua empezó a entrar. “Dos días después del huracán la residencia seguía cerrada, y los que vivimos ahí no tenemos casa en Puerto Rico.” Un profesor de francés acogió a Fernández Vega y otros dos colombianos en su casa.
“He estado en dos guerras, he visto la devastación con mis propios ojos. Pero jamás había visto algo así,” dice Héctor M. Vélez Rodríguez, decano de administración de la UPR en Aguadilla, que fue soldado del ejército americano durante 24 años.
Los edificios universitarios de la isla estaban dañados o destruidos. Incluso los que sobrevivieron se habían inundado—la fuerza del huracán había roto las ventanas. La humedad hizo que apareciera moho. Se cayeron miles de árboles, y al caer cortaron tendidos eléctricos, cables de comunicaciones y carreteras. La falta de aire acondicionado hizo que muchos aparatos sensibles se estropearan.
Vélez Rodríguez tardó casi un día en llegar a su facultad, en el noroeste de Puerto Rico, con su furgoneta. Observó, incrédula, las consecuencias del huracán: “¿cómo vamos a reconstruir todo esto? Es terriblemente frustrante. Eso es. Nadie puede darnos la ayuda que necesitamos.”
Pero en Aguadilla y otros campus de la isla, profesores, personal, estudiantes, e incluso miembros de la comunidad pronto se pusieron manos a la obra para iniciar la reconstrucción. Trajeron sierras para quitar los árboles, rascaron el moho de los laboratorios, achicaron el agua de las clases inundadas y barrieron hojas y otros restos de los pasillos llenos de escombros.
Prepararon comidas, organizaron la distribución de alimentos, y contribuyeron a que la ayuda humanitaria llegara a la comunidad universitaria.
“La comunidad, unida, aceptó el reto. Se organizaron para poder remontar y superar la situación,” explica el Rector de la UPR en Humacao Héctor A. Ríos Maury.
Muchos campus estuvieron sin electricidad durante semanas, incluso meses—Humacao no recuperó la luz hasta enero. Aun cuando se restablecieron el servicio eléctrico e internet, las conexiones eran inestables.
Una excepción fue el Centro de Investigación en Ciencias Moleculares de la UPR en San Juan, que mantuvo el servicio eléctrico y agua corriente durante la tormenta, y después del paso del huracán. Construido en 2010, el edificio aguantó el azote de María sin apenas daños. Y lo que es todavía más importante, contaba con un generador diésel y reservas de agua y combustible. Nunca perdió el acceso a internet, y se convirtió en un centro de referencia donde las familias acudían para contactar con sus seres queridos, dentro y fuera de la isla.
“Era el paraíso, un oasis en Puerto Rico, especialmente para los investigadores y su comunidad,” dice José F. Rodríguez Orengo, profesor de bioquímica en la facultad de medicina de la UPR en San Juan. “Dio esperanzas a los científicos, que pudieron seguir trabajando pese al caos.”
Muchos investigadores estuvieron rápidos asegurando que su trabajo estaba a salvo del huracán. El bioquímico José A. Lasalde Dominicci, profesor de biología en la UPR Río Piedras, tenía dos laboratorios en el piso más alto del edificio de biología, cuyo tejado quedó destruido por María. Los laboratorios acabaron en ruinas.
Sus estudiantes y él mismo movieron todo lo que pudieron al Centro de Investigación en Ciencias Moleculares—incluido un microscopio confocal que transportaron en su Toyota Sienna del 2004. Ahora está en un armario donde antes se guardaba material de oficina. “Los laboratorios ahora están cerrados, y permanecerán así al menos un par de años,” dice Lasalde Dominicci, que es también director de investigación en el edificio de ciencias moleculares.
Para preservar las muestras que estaban en los frigoríficos y congeladores de los edificios que quedaron sin electricidad, el personal desempaquetó un congelador de –20 °C todavía en su caja y reorganizaron una sala de –80 °C medio llena para hacer más sitio. Se llevaron las 17.000 muestras del herbario, y mudaron a 150 miembros del personal de administración, incluyendo los departamentos de auditoría y recursos humanos.
El edificio se convirtió en la salvación para mucha gente dentro de la comunidad científica. Muchos grupos empezaron a compartir sus poyatas y sus campanas para que sus colegas pudieran seguir trabajando. Otros científicos y estudiantes se establecieron en la entrada, donde conectaban sus ordenadores para hablar con familiares y amigos, cargaban sus ordenadores, sus móviles, e incluso redactaban artículos de investigación.
Los vecinos también eran bienvenidos, especialmente los que necesitaban equipos médicos como respiradores. Martín Montoya, director de operaciones del centro, cuenta que están particularmente felices de que funcionara el semáforo que guía la calle de seis carriles adyacente, cuando todos los semáforos de la isla estaban sin luz. Antes de conectar el semáforo al generador del centro “no dejaban de oírse los coches chocando,” recuerda.
Dalice Piñero Cruz, que co-gestiona el centro de cristalografía de rayos X en el edificio, dice que su primera preocupación fueron los estudiantes. No tuvo noticias de muchos de ellos incluso días después del huracán. “Cuando recibí un correo del único estudiante del que todavía no tenía noticias pensé: vale, ahora todo puede volver a la normalidad.”
Aunque el grupo paró durante un tiempo los aparatos, “no dejamos de trabajar,” dice. “Esto ayudó a nuestros estudiantes a volver a tener una vida normal, algo de vital importancia en unas terribles condiciones externas” que escapaban totalmente de su control.
El edificio de química en la UPR Mayagüez, en el extremo oeste de la isla, no tuvo tanta suerte. El sótano se inundó por completo, dejando fuera de juego los laboratorios docentes, el RMN del departamento y el almacén. El moho estaba por todas partes, y el departamento tuvo que contratar un servicio de limpieza profesional para deshacerse de él. “La investigación estuvo parada durante unos tres o cuatro meses,” dice Enrique Meléndez, director del departamento.
El profesor de química y espectroscopista láser Marco de Jesús se quedó sin poder entrar a su laboratorio durante 90 días. Recuerda que llamó a un fabricante de instrumentos y le dijo: “tenemos un 95% de humedad, no hay luz, hay bacterias y hongos creciendo sin parar en la óptica y los láseres. ¿Qué puedo hacer?”—le preguntó. “Pensamos en las peores perspectivas posibles.”
Por suerte, muchos instrumentos estaban sellados. Aun así, los daños ascendieron a miles de dólares. De Jesús dice que no retomó el ritmo habitual hasta febrero.
El departamento de química de Mayagüez sufrió unos daños de aproximadamente 10 millones de dólares, dice Meléndez. La universidad ha prestado al departamento algunos miles de dólares para reparaciones pequeñas. Pero el departamento todavía espera que las compañías de seguros paguen para poder renovar o reparar instrumentos más grandes como el RMN.
A pesar de los problemas, la mayoría de los laboratorios de Mayagüez—y de la isla—vuelven a funcionar. En muchos casos gracias a los heroicos esfuerzos de los profesores, los estudiantes y el personal universitario.
En Humacao, Melvín de Jesús está al cargo del mantenimiento de los equipos del departamento de química, entre ellos el RMN de la segunda planta. Un pequeño generador lo mantuvo funcionando, pero todos los líquidos para la refrigeración estaban en la primera planta. “Llenaba un pequeño dewar, subía, y rellenaba el imán [con nitrógeno]. Así cada semana durante meses después del huracán,” explica. Cada relleno le costaba a Melvín seis viajes.
Una vez que tuvieron claro que la electricidad tardaría en volver, de Jesús y sus compañeros idearon un sistema de poleas para crear un montacargas que les permitiera subir los dewar grandes al segundo piso. “Era terriblemente peligroso e inseguro, pero necesario,” afirma. “Estaba muy cansado.”
La incertidumbre—en los laboratorios y en la isla en general—asustaba a los estudiantes. “Era muy complicado mantener un grupo de investigación en esas condiciones,” dice Torsten Stelzer, farmacéutico en la escuela de medicina de la UPR. “Tienes que ser—o parecer—optimista y convencerles de que todo mejorará, que saldremos adelante, que hay financiación y que vas a seguir pagando sus sueldos.”
El profesor de química en Río Piedras Arthur D. Tinoco envío a muchos de sus estudiantes a EEUU También abrió las puertas de su casa a los que quisieron quedarse en la isla. Los estudiantes extranjeros lo pasaron especialmente mal, no tenían familias en las que apoyarse.
Sus estudiantes de doctorado “fueron importantísimos para poder restablecer el orden en el laboratorio. No teníamos apenas soporte administrativo, fueron los propios estudiantes y profesores los que ayudaron a reconstruir todo.”
Aunque la mayor parte de las agencias de financiación federales entendieron la situación, otras no acababan de comprender lo grave que era en realidad. Un gestor de proyectos le dijo a Tinoco que habría ampliado su beca si hubiera avisado de los problemas antes. “Pero la cosa es que no había manera de hacerlo,” recuerda Tinoco. “Las comunicaciones no funcionaban, y esto no le entraba en la cabeza a mucha gente.”
José A. Rodríguez Martínez, un bioquímico en la UPR Río Piedras, trabajaba en el edificio de biología que más daños sufrió durante la tormenta. Su laboratorio, en el primer piso, sobrevivió. Pero el generador de emergencia falló. “Perdimos todos nuestros congeladores, todas nuestras muestras,” dice. “Justo cuando celebraba mi primer cumpleaños como profesor en la facultad de biología.”
Sus estudiantes de doctorado y la comunidad científica se lanzaron a ayudar. Rodríguez consiguió muchas ayudas de varias sociedades científicas que le auxiliaron a reemplazar lo que había perdido, y muchas empresas le proporcionaron una ayuda extra en cuanto escucharon su historia.
“La comunidad científica local es pequeña, pero después del huracán pudimos comprobar que era una verdadera comunidad,” dice. “Nos costó unos seis u ocho meses volver a coger el ritmo. Ahora ya vamos a toda máquina.”
Ahora el problema es convencer a todos los demás. Rodríguez había pedido financiación a la Fundación Nacional para la Ciencia [National Science Foundation, NSF], pero uno de los revisores se mostraba bastante escéptico—¿sería capaz Puerto Rico de retener el talento en la isla tras el huracán?
Es una pregunta razonable. Aunque casi todas las universidades privadas parecen haber vuelto a la normalidad, la UPR todavía está recuperándose. Es un esfuerzo complicado—las compañías de seguro tardan en pagar, la isla está en bancarrota, y muchos campus todavía están sometidos a un periodo de prueba.
Las aseguradoras solo han pagado una parte de la cantidad reclamada—unos cinco millones de 40. “Sus números son muy distintos a los nuestros,” dice Darrel Hillman, que fue presidente interino de la UPR durante el huracán y hasta el 4 de septiembre de 2018.
La UPR está negociando con las compañías de seguro. Si no pagan, la Agencia Federal de Gestión de Emergencias tiene planteado ayudar. Pero en cualquier caso, nadie sabe cuánto costará recuperar el dinero.
Y además la isla está en bancarrota, y los comités ejecutivos proponen subir las tasas universitarias.
La universidad sigue negociando, teme que una subida de precios ahuyente a los estudiantes. “Sí, ahora mismo los precios son bastante bajos, pero son los precios que pueden asumir los puertorriqueños,” dice Hillman.
Las instalaciones que funcionan lo hacen mayormente porque los profesores y el personal han arreglado todo lo que han podido, dice Juan Suárez Rodríguez, profesor de química en Humacau. Pero han llegado a un punto en el que necesitan más dinero para poder seguir funcionando. A pesar de los enormes daños sufridos, el campus de la UPR en Humacao sólo ha recibido 400.000 dólares de unos daños estimados en 28 millones.
El periodo de prueba de la universidad tampoco ayuda. Los ocho campus de la UPR están sometidos a un escrupuloso examen administrativo después de las huelgas de estudiantes, y tienen que demostrar que efectivamente están funcionando a toda máquina. La agencia de acreditación envió los informes finales en septiembre, y tomará una decisión en los próximos meses. Si los campus pierden la acreditación, podrían dejar de atraer estudiantes y, lo que es peor, financiación federal—incluyendo dinero para investigación y becas para los alumnos.
Los campus de Mayagüez y Río Piedras no admiten ahora mismo a doctorandos en química. Lleva siendo así desde poco antes del huracán, y la situación ha ido de mal en peor.
Pero los químicos puertorriqueños creen que pueden revertir la situación demostrando la calidad de la ciencia que se produce en la isla.
“Seguimos trabajando duro, y queremos promocionar que en Puerto Rico tenemos científicos de gran calidad y que podemos competir con cualquiera,” dice el bioquímico Rodríguez Orengo de la facultad de medicina de la UPR. “Hemos vivido tiempos difíciles, pero ya estamos saliendo del túnel. No dejaremos de hacer buena ciencia.”
Traducido al español por Fernando Gomollón Bel para C&EN. La versión original (en Inglés) de este artículo está disponible aquí.
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